En la frontera

Hace 15 días que espero a las puertas de la frontera. Los muros imaginarios, seguramente también imaginados, parecen inexpugnables. Lo son. Están construidos a prueba del tesón que me alienta. Estos días en los que el sol cae a plomo, tengo sed y me alimento de la esperanza de que vuelvas cuando en realidad nunca estuviste aquí. No reconocerás el camino nunca. Quizá todo ha sido un espejismo, tus palabras certeras y también tus ojos ciegos que nunca me vieron. Quizá también esta frontera.

Pero aquí sigo, quieta para que me encuentres. Y los muros son tan densos, tan altos, que no me llega siquiera sonido alguno del otro lado. Y este silencio me aturde y no me deja pensar. Y tampoco quiero pensar. Y leo para olvidar y vivir otras vidas, ni mejores ni peores, solo diferentes. Y vagabundeo por las calles medio vacías de agosto por ver si te encuentro a la vuelta de la esquina. Camino sobre adoquines derretidos por el calor, que se mueven bajo mis pasos lentos, mecidos por las olas. Y me abstraigo  para no caer en la cuenta de que no es el mar lo que ahora transcurre espeso ahí abajo.

Espero que se abra la frontera, o que al alba desaparezca y se difumine como una pesadilla, como los monstruos que viven de noche. Pero no llega la paz, ni la guerra, ni nada. Solo este silencio que me mantiene alerta y no me deja dormir. Y mantengo las manos abiertas apoyadas en la muralla. Puedo estar horas contando las grietas, descubriendo huellas de otros, imaginando mil y una historias. Al contacto con la piedra dura me hago más pequeña, y ya no tengo fuerzas para alejarme y volver, abandonar para siempre este muro que me aísla. Espero una llamada del otro lado que no llegará nunca. Lo sé pero, aún sabiéndolo, espero.

Cada mañana reconstruyo yo también mi muro de indiferencia,playa desolada precario, irregular, en tierra de nadie, una particular burbuja inmobiliaria. Pero llega el sol abrasador o un mal viento del oeste y cae con él mi pequeño ejército de palabras de consuelo en retirada desordenada. Cada atardecer barro los escombros y miro los añicos mientras imagino un nuevo parapeto para el día siguiente. Es un salvavidas para no ahogarme cuando suba la marea en esta playa de tristeza donde he quedado náufraga. Y ni siquiera oigo el mar. El silencio aterra porque te enfrenta a tus fantasmas, los habituales y los recién llegados.

He visto que has empezado a poner alambradas cuando me imaginaste construyendo unas escaleras con ramas quebradas de las maderas que trajo este mar de silencio. Y es tanto el dolor y la pena, la rabia y la impotencia, y la decepción, que hasta he empezado a llorar yo también en silencio. Y cuando sube la marea, me ahogo.

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El grito

Han pasado ya tres días y continúan los ecos de la monumental pitada en la final de la Copa del Rey. Que fuera en Barcelona y entre el Barça y el Athleti solo echa más leña a la hoguera incendiaria alentada por la caverna. Y sí, es cierto, hay cosas mucho más importantes, más graves, pero la historia se escribe en los detalles. El estruendo se ha convertido en más que una demostración de la libertad de expresión. El grito colectivo del hartazgo contra un himno como símbolo del maquillaje estético de aquel Todo cambia para que todo siga igual. En el palco el rey, como siempre; a su lado, como siempre, el presidente de una Generalitat que perpetúa y perdona a media sonrisa los desmanes de sus predecesores y así perdona también los suyos.

Lo que molesta al poder y a sus huestes que les votan ciegas y sordas, es que ese hartazgo no quedó extramuros. La pitada traspasó los cristales tintados de los coches oficiales, se coló por las rendijas del aire acondiciForgesonado y por los muros de sus despachos enmoquetados para amortiguar el ruido de la calle. El grito entró en sus casas, salía del televisor amigo, ese miembro más de la familia que ahora era traidor, de la radio y sonaba genial en los auriculares bluetooth. Y eso era realmente inadmisible. Los gritos de los desahuciados, el sollozo mudo del parado, las lágrimas de los que se van, de los que se quedan, no habían conseguido llegar tan lejos, aunque con ellos se llenarían cientos de estadios si el fútbol fuera gratis. El grito del enfermo con sus cuidados paliativos recortados; otros más duros, por inocentes, de los niños en el umbral de la pobreza que atestan las escuelas, esos sí deben considerarlos libertad de expresión, aunque tampoco les gusten. Pero si son silbidos en un estadio, todos a una para no oír la música ramplona que recuerda que el pasado sigue ahí, entonces no, eso ya es un ultraje a la democracia occidental tal como hoy la conocemos.

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¿Qué tal si deliramos un ratito?

Gracias, Eduardo. Elogio de la utopía, tan natural, tan cotidiana y tan lejos de los «seres humanos normales» que no gustan de estridencias ni mamandurrias. Gracias, siempre.

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Contando estrellas

Qué difícil empezar con las primeras palabras después de un largo silencio. Porque aunque ha habido muchas antes, éstas son como las primeras, y qué sensación de vértigo mezclada con adrenalina al oír el teclado de nuevo (paradójicamente, me avisa de que las baterías están bajas, pero no me arredro). Es como un estreno de una obra inacabada en la que el actor deberá improvisar a partir del primer acto en un ejercicio de autocorrección constante para intentar poner orden. Se trata de organizar una fila india entre una masa de ideas tumultuosa y hambrienta de palabras que se agolpa famélica alrededor del escaso alimento que llega como ayuda humanitaria: inspiración, ego, vuelo de Fénix resucitado escaldado de sus cenizas, vuelta a casa tras una dura jornada de ensimismamiento. Dudo que la Semana Santa y su leyenda hayan tenido algo que ver con esta resurrección. Contando estrellas me dio el empujón definitivo.

En esto los Gobiernos que renacen el día después de sus campañas electorales lo tienen mejor. Lo primero siempre es dar las gracias (el PP vuelve aquí a sus orígenes cerrando el círculo ante una previsible debacle en mayo). Más tarde, pedir tranquilidad, empezar mintiendo para que nadie note la diferencia con lo que vendrá y asegurar que se va a gobernar para todos (algunos añaden también para todas) y, a partir de ahí, el caos, el olvido, la nada. Rajoy, en lugar de devorar a sus hijos como hace con todos y todas los que le son ajenos (es decir, todos y todas), prefiere dejar que se devoren entre ellos. Su problema de base, como el de sus elegidos, no es otro que el paladar. A Rajoy no le gusta España, nunca le gustó. Por eso la está dejando patas arriba. Fue lo malo por conocer, el elegido para gobernarla y lo que ha hecho ha sido intentar cargarse lo que fue. No está todo perdido: aún quedan plazas importantes por asaltar. Primero fue la Sanidad (fuego en la línea de flotación), luego las pensiones (a por los cimientos) , más tarde la educación (ataque contra el futuro) y luego el resto, a quienes ha desvalijado con impuestos, violado sus derechos sociales, el alma.

Siento si alguien creía, incluida yo misma, que iba a arrancar la temporada con una temática sublime, trascendental. No ha sido así: he hablado de Rajoy, que no pasará a la historia sino como el registrador de la propiedad que le domina.

Es primavera. Y la lluvia arrastrará la contaminación y el polen. Es cuestión de tiempo. Ya queda poco hasta mayo. Feliz día.

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2015 viene con el manual de instrucciones en alemán

No he podido esperar a mañana y he empezado a desenvolver el regalo. Es tiempo. Lo he hecho rápido, no fuera a ser que se desvaneciera, tan frágil, efímero y a la vez tan valioso… Consta de 365 días, con sus 8.760 horas y sus 525.600 minutos. Si consigo engarzarlos habré formado un año, ese es el regalo. El montaje corre a cargo del comprador. Ikea nos ha hecho un daño irreparable a los patosos, impacientes y ensimismados, así como a los que compaginan estos calificativos en un caos de dimensiones gloriosas.

2015, que así se llama, se presenta muy difícil de construir de forma sostenible. Hay piezas que no funcionaban ya en la versión 2011. Incluso, para ahorrar costes, se ha incluido alguna reliquia de la v.1978. Un imposible solo apto para inteligentes y expertos de mano izquierda, apertura de miras y empatía. Ahí está el reto y el objetivo del juego.

reyes-magos-ForgesElecciones municipales, autonómicas y también generales (a más tardar el 20 de diciembre), una economía varada aunque el ministro del ramo, Luis de Guindos, confunda su situación profesional con la del resto y el presidente del Gobierno realice viajes astrales y aterrice como pueda. Sus palabras sonarían falsas si no fueran un insulto a los 5,4 millones de parados que, según la EPA, buscan empleo desde hace años, más de la mitad ya sin prestación ni esperanza; a los dependientes sin ayuda económica para vivir con dignidad; a los pensionistas; a los trabajadores precarios; a los estudiantes; a las amas de casa que ya no saben cómo estirar más el dinero y, en fin, a los que no tienen carné del PP ni conocen a nadie que lo tenga.

Lo peor es que el manual de instrucciones de este 2015 viene en alemán, lo que complica la faena. Angela Merkel marca el paso y las instrucciones de montaje, fija las normas de uso y exime al fabricante de cualquier responsabilidad de no seguir las estrictas normas que marca la troika. También recomienda los productos más adecuados para su mantenimiento, en este caso caras conocidas, nuestros hijos de puta, los que nos han traído al abismo en que nos encontramos. Esto excluye productos inflamables para el status quo como Syriza en Grecia o Podemos en España, ambos partidos recogiendo el pulso de la calle y con unas intenciones de voto muy altas en las encuestas. Entre las instrucciones, ininteligibles, y los recortes va a ser muy difícil articular un futuro medianamente reconocible como tal para el gran consumidor, ese que solía ser el cliente que siempre tenía la razón cuando esto era democracia.

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