Berlanga

Hay personas que no se van nunca porque tampoco nunca llegaron: han estado siempre. Creamos imágenes tridimensionales desde una pantalla plana y oímos, como los locos, su voz desde la tinta de los libros, de diarios, revistas… Estas personas, que cambian con el paso del tiempo y parecen envejecer al igual que nosotros, se diferencian del resto en que en realidad son una idea feliz, una buena idea, surgida de las miserias y grandezas del subconsciente colectivo.
Estos privilegiados, sensibles en extremo a la alegría y al dolor ajenos, sufren generalmente más que el resto y nunca llegan a ser conscientes de su genialidad. Caminan y se camuflan entre nosotros imitando normalidad, pero luego devuelven con creces cada gesto nuestro que han cogido prestado.
Yo nunca he visto la forma tridimensional de ninguna de estas personas, pero sí que, en ocasiones, me he acurrucado en una butaca cuando se han apagado todas las luces y se ha iluminado una gran pantalla frente a mí, recortada generalmente en su parte inferior por alguna sombra semicircular. Y entonces se ha producido el milagro y la luz de alguna de estas personas ha llenado la oscuridad de la sala durante más de una hora. Esta noche, cuando me he ido a dormir, he apagado todas las luces, me he quedado muy quieta y me he puesto a esperar a Mr. Marshall.