Benditos

Ayer, matemáticamente, fue el peor día del año para el estado de ánimo. Se alinearon en nuestro firmamento interior los astros y desastros capaces de derrotar al más animoso y entusiasta. Justo un mes después de Nochebuena es, según el profesor Cliff Arnalls, cuando la realidad se impone en forma de frustración y se confirma la sospecha de que hemos perdido la batalla de las buenas intenciones. Eso en las sociedades avanzadas, en este Primer Mundo que cada día se parece más a un Cuarto, un nuevo peldaño más abajo, donde la pobreza material cede el espacio a la confusión y, finalmente, al puro desánimo.

Benditos. Somos unos benditos aquí en este reducto virtual, apartados ya por completo de la esfera pública y de los intrincados y misteriosos procesos de toma de decisiones. Reconforta saber sin embargo que no estamos solos en este valle de lágrimas virtuales, sino que caminamos bajo palio, de la mano del Papa. Flaco favor. Hoy ha bendecido Facebook, Twitter, MySpace y otras redes sociales en el 45 Día Mundial Católico de las Comunicaciones Sociales. Como muchos, me perdí los 44 anteriores y me he llevado un disgusto retroactivo por no haber sabido de su existencia hasta hoy. Pero no ha sido ésta la única bendición. Ayer se aprobó la ley Sinde gracias a la “capacidad para aportar soluciones” de la portavoz del PP en el Congreso, Soraya Sáenz de Santamaría, en lo que supone todo un eufemismo de la legal ministra para explicar un acuerdo que no convence a nadie. Todos descontentos, por fin, todos a una, menos Alejandro Sanz, a quien le debemos parecer, allá desde Miami, un exotismo de lo más pintoresco que finalmente ha alcanzado la bendición. Decididamente, somos unos benditos.